Es una dulce noche de fiesta. No hay un motivo, pero así parece disponerlo naturaleza, con el aire claro, la visión despejada y las luces de mercurio iluminando como neones las calles de asfalto nuevo que fluctúan del amarillo al dorado.
En cada esquina, y a mitad de cuadra, detrás de las cercas, el humo de una fogata hecha con cajones de manzana, cuatro o cinco hombres sin remera tomando cerveza, y mujeres en falda cebando mate. Charlan o fijan su vista en el hipnótico sin cesar del fuego.
En las casitas más viejas, las ventanas permanecen abiertas de par en par, las cortinas recogidas con un broche, y se ve el televisor sintonizando una película amable, reuniendo a la parejita separada solo por el mantel de hule y platos con restos de sopa y puchero.
Muchos se sientan en la puerta, sobre la reposera que durmió todo el invierno, polvorienta. Encienden un espiral y lo refugian debajo del asiento para que el viento no lo apague. Los mosquitos dejan tranquila a la gente, que disfruta de mirar a las niñas que pasan cortando ramitas de lavanda de los canteros y olfatean su dulce aroma.
La brisa rellena los pulmones y los purifica del humo de tabaco ardiente. Un cigarrillo sabe diferente en una noche así.
Pronto la carne asada estará en los estómagos, se mezclara con el vino y bailarán la alegre ebriedad. Pronto, la hoguera se consumirá, ayudada por el agua esparcida por el asador, que ya fue aplaudido de compromiso. Pronto, la película terminará y los viejitos, ya dormidos desde antes del desenlace, deberán despertar sobresaltados para cerrar las ventanas y desabrochar las cortinas. Las reposeras volverán a su lugar, lustradas por los traseros que se cansaron de observar el paso de las niñas. Sobre sus cabezas ruedan las estrellas, pero su mundo es horizontal.
Pronto, los más jóvenes entrarán en los bares, pedirán cerveza, oirán las mismas canciones de siempre, saludarán a la misma gente de siempre, se trenzarán en la misma lucha de siempre.
Todo sucede pronto, tan de pronto, que estas dulces noches de fiesta son tan oscuras como imperceptibles.
Dibujo de Yoshitaka Amano para The Dream Hunters, de Neil Gaiman
La mentira de los pueblos (lugar común)
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lugares comunes
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1 pálidas ideas:
Todo es efímero. Incluso el infito.
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