Los Cacho de Oro


See, uno de mis placeres culpables es mirar los Oscar, desde que tengo uso de razón.
Ya se me hace algo como mirar un Mundial de fútbol: aburridísimo, pero algún sentido de la obligación del pasado me dice que debo hacerlo.
Tradición lo llaman.

Y, adelantándome un mes y habiendo visto ya todos los filmes nominados, les traigo las buenas nuevas, y las malas de siempre.

Por primera vez va a conducir la ceremonia un extranjero (sin contar a
Whoopie Goldberg que vino de uno de esos planetas nerd de Star Trek). Y, vieron, en época de crisis el outsourcing es lo que paga. Verizon me tiene a mí, y la Academia a Hugh Jackman. Si es un tipo con chispa como para conducir este evento, no lo sé. Pregunto, ¿Por qué no se dejan de joder y le dan el carnet vitalicio a Billy Cristal? Es el único que sabe hacerlo bien. Steve Martin rulea también, pero da la sensación de que todo lo que hace lo hace a desgano. Así y todo, es muy gracioso (chequeen sus films de finales de los 80 / principios de 90)

La lista de muertos, uff. El momento para que las chicas lloren y los hombres digan "¿Y este se murió!.. Pensé que ya había muerto..."
Entre los 200 técnicos y directores de arte, van a ver gente aplaudiendo de pie a
Paul Newman, Sidney Pollack, Charlton Heston, Bernie Mac y Juliette Lewis (¿?)

Acá va mi lista, por si a los académicos les falta nombrar a alguien:
Ricardo Montalbán: Hace 15 días ¿Lo habrán enterrado con el traje blanco de La isla de la fantasía?
Pat Hingle: En el cast permanente de casi todas las películas que solía ver de chico, el Comisionado Gordon de la Batman de Burton para que lo cachen.
Sam Bottoms: Gran actor, de recordado papel principal en Last Picture Show, y secundario en Apocalypse Now.
Bettie Page: La mujer más bella de la historia... a quien el 99% de utedes creían ya muerta. Era evangelista, lo que es casi un empate con el deceso.
Charles Joffe: Uno de los pocos que ponían año a año los verdes para que Woody Allen filmara.
Richard Widmark: El Ed Harris de los '50, gran actuación en El Rata, del maestro Fuller.
Roy Scheider: "It's showtime, falks". El que más me dolió, lo recordaré en Tiburón, French Connection y la citada All that jazz, entre otras. Otra father figure privada que se va.
Don La Fontaine: La voz de todos los trailers, el hombre que con su voz nos hizo perder mucho dinero dándole heroísmo a películas que después eran un bodrio.




Ahora, las alegrías de la noche:



* No nominaron al nuevo bodrio del de Moulin Rouge ni a la remake de la pareja Di Caprio-Winslet. Los '90 terminaron, graciadió.

* Están
Mickey Rourke y Heath Ledger, van a sorprenderse con el look de Motorcycle Boy cuando por fin se haga la justicia que no hizo Coppola al darle una segunda oportunidad a el tosco de Matt Dillon y no a él. Y el australiano anunció que tal vez no vaya a la ceremonia. Lástima, me hubiese encantado oír los comentarios sobre su traje negro sobre la alfombra roja.

* Tiene las nominaciones justas la peli que comenté anteriormente,
Changeling: vestuario y actriz.

* Hay
Fincher y Boyle nominados a director, lo que confirma que la Academia le erra siempre por uno (Zodiac) o 10 años (Trainspotting, por fenómeno social más que por gusto personal).

* Hay
Marisa Tomei (baba) y Downey Junior, dos gigantes.

* ¡Está
MIA nominada como intérprete para mejor canción! Lo que confirma que sigo estando un año o más adelantado a todos ustedes, chicos. Ah, una más: Murió John Martyn, exactamente 15 días DESPUÉS de que yo publiqué en mi "humilde" espacio Solid Air.

No caben dudas, o soy Nostradamus, o soy yeta. Ustedes dirán.


Las malas:




* Seguramente habrá traducción simultánea de TNT...ufff

*
Sean Penn nuevamente nominado: ¿Cuando se van a dar cuenta de que ese hombre es de madera? Encima, cuando subió a recibir su premio todos esperaron un nuevo Brando-gate, y salió con una lamida de de tujes digna de Santaolalla.

* De las 5 nominadas, ninguna me despertó más que un bostezo.

* Falta comedia. Faltan
Kevin Smith con Zack & Miri make a porno y Gondry con Be kind rewind, y sobran nominaciones para dibujitos (no me vengan con el rollo de la animación, para mí fueron, son y serán dibujitos). Soy d elos que no diferencian Wall-E de Cars u otras. Y esos directores, en 10 años, cuando hagan una bosta bien aburrida, estarán nominados. Raro que no empezaron a nominar a Wes Anderson o Linklater, ahora que son tan pro.

* BASTA, B-A-S-T-A de
Ron Howard. Please.

* Están nominados
Penélope Cruz y Brad Pitt, lo cual no se si es malo, pero significa que a cualquier tronco lo vestis de humano y puede ganar un premio.



¿El Honorary Award? Si les cuento les arruino la velada, ya les adelanté todo. Sólo les digo que es el más merecido de los últimos 30 años, excluyendo los de De Laurentis y Elia Kazan.





Luego de repasar con mi escobillón la alfombra roja, voy a un punto neutral (Cuba, tal vez) a encontrarme con la enviada a Washington emeygriega, a quien saludaré afectuosamente por entrar a nuestra tribu. Hagamos la inquisición y no la guerra contra quienes critican , amiga.

Bellezas del archivo...


Miss 13/20 Carlos Casares, año 1992.
Ma que flogger ni flogger, esas eran mujeres, caray!
Se dice que se armó un gran revuelo porque la "monada" quería a Carina (al menos a mí me parece la más linda, una belleza de "época")
Pero Soledad, con su cabello llovido y su sonrisa, se llevó el trofeo, entradas para los boliches de onda de la época, donde se pasaba "marcha", y llovían las celebridades al estilo Jazzy Mel.
y parece, por la carucha de la foto, que Gabriela no quedó contenta con el segundo puesto, aunque debería estar agradecida...

Dossier del Rock Nacional, parte II: el inicio del rock en Argentina.






Al llegar a la casa de mis padres en estas dos semanas de vacaciones, me dí cuenta de que había olvidado algo muy preciado: mi caja con
mp3. Lo único que había en mis bateas adolescentes era la discografía completa de... SUMO. Y, como reza Mastroianni, io ricodo.


Yo recuerdo un Festival de Cine de Mar del Plata que fuí a cubrir para una revista de estudiantes. Tuve la desgracia de asistir a la premiere de "Luca Vive", dirigida por el entonces director del INCAA post De la Rúa, Jorge Coscia. Me recuerdo descostillándome de la risa frente a las imágenes de un Luca con remera de Ataque 77 (¿?) dando vueltas al monolito junto a las Madres de Plaza de Mayo, o frases del PELOTUDO del actor (así, con mayúsculas, lean esta nota y lo confirmarán) como "ezzte Pedinatto va a derminar corrtando la manzana con Sofovich".
En un momento -yo estaba en primera fila de ese bar cool con trapo como pantalla-, alguien me patea desde atras, levemente. Y ví a Polimeni, Coscia y la actriz a la cual ese Luca dientón y gordo se estaba garchando en pantalla, mirándome con cara de odio. Lo único que se me ocurrió hacer fue levantarme y preguntarles si esas canciones del film habían sido compuestas por Iván Noble. Orgulloso, Coscia (amigo de Duhalde, patotero, cineasta intrascentente) me respondió que eran de su autoría. Una basura.




Yo me recuerdo
en 7mo. grado, gordito, bigotudo, tarareando algún tema de
Divididos por la felicidad. Cuando uno escuchá su
primer grupo de rock, tiene esa sensación como que nadie más que uno los conoce. Había descubierto Sumo en un compilado en cassete Grundig marrón de 90' que me prestó mi primo, porque mi papá le pidió que me pasara algo de música de la época, ya que había notado que grabarme Grundigs con juegos de Commodore 64 ya no me emocionaba tanto como antes de cambiar la voz y notar vellos en mis pantorrillas.
ese compilado traía El ojo blindado. Yo no entendía nada de lo que ese cantante que no conocía pero imaginaba pelado decía
, y tarareaba desde mi banco "aprieto los dientes / miro a los xeneizes (¿?)/ y no estás vos". Mariana, la rubia de quien todos gustaban, se acercó -como amiga, obvio, ya dije que era gordito y demasiado hablador- y me corrigió la letra. Me quedé pasmado, y egocéntrico como era, la odié todo el año por corregirme en algo, y por matar la ilusión de que Sumo era my own private Idaho.


Yo recuerdo
una tarde en gimnasia, en el colegio. Colgué mi buzo canguro con la cara de Luca (esa de la portada del póstumo
Fiebre) en una barra para hacer burpis, mi tortura. De tanto pensar que después vendría el ensayo con la banda con la que hacíamos covers de Sumo -duró 2 ensayos-,
alguién me robó el buzo, que había comprado en un viaje con mis padres a Mar del Plata, y que sabía nunca iba a volver a tener, ya que en un pueblo, en esa época, no existían las remeras rockeras. Después, el ensayo con camiseta de algodón Topper transpirada, teniendo que colgar el micrófono del techo de una casa abandonada que era del abuelo del baterista, porque yo tenía micrófono pero no pie (¿nadie notó que sólo quería cantar y no tocar la guitarra?). Mientras degustaba un cigarrillo sin tener que esconderme de mis padres, aparece mi viejo en medio de la sala. Venía a hacernos de plomo para llevar los equipos -en los pueblos no existen las salas de ensayo-, y todos se miraron cómplices al verme escupir el cigarrillo como un niño, cuando segundos antes ofrecía una burda imitación adolescente del italiano.



Para mí, el rock argentino comenzó mucho después de los dotados músicos de los '70, mucho más allá de las palabras pegadas con música vacía en stereo de los '80, y terminó antes del sonido copiado de los '90. Ni hablar de la mersada '00. El rock en la Argentina, quiero recordar, comienza y termina con un sólo hombre, rodeado de pésimos músicos -lo demostraron en sus demagógicas y anquilosadas carreras posteriores-, un hombre que, aunque dejó que un saxo arruinara todas sus canciones, un hombre que, a pesar de no inmutarse desde el más allá por la profanación de su memoria desde las páginas de la RS o los informes de TN, sigue sonando auténtico, irónico y colosal en frases como the blind, leading the blinds, breaking glasses in other people's rooms, o phones ringing in empty rooms.






Dos discos, para quienes aún creen que Luca Prodan es sólo una bandera de las tribus grasas, que cambiarán su forma de ver a este hombre, sin necesidad de actorcitos que copien sus tics sin entrar en su psiquis, o idiotas que sigan haber comprendido su filosofía cuando sólo le pagaron una ginebra, o ex bandmates ignorantes que conocieron a Lou Reed y Joy Division por los discos que él trajo desde Londres, que ahora hablan como si hubiesen sido sus hermanos.







Muchas veces, se habla de artistas a quienes se les pasó el cuarto de hora y siguen robando con restos de los que alguna vez fueron. Yo nunca diría que fue mejor que Luca haya muerto para recordar el pináculo de su talento, es más, ni siquiera sé si tenía talento, lo que puedo afirmar es que esos 7 años que la vida le regaló -quién conozca su historia sabrá que, antes de venir a la Argentina, estuvo en coma casi irreversible por la heroína-, los aprovechó para dejar una de las discografías más coherentes del rock universal. Sí, universal.


5 Luca:
Estallando desde el océano

Teléfonos que suenan en piezas vacías / White Trash

Cuerdas, gargantas y cables

Mejor no hablar de ciertas cosas

Mula plateada



El Regalo De Los Reyes Magos, O`Henry (1862-1910)







Edito: mientras mi hijo disfruta de sus regalos de Reyes, mientras ustedes leen este hermoso cuento (escrito por un convicto, de esos a los que muchos les piden la horca hoy en día) que versa acerca de la grandeza humana, esto sucede cerca, muy cerca del club que el Intendente osó privatizar.
La voz es de la madre de MI AMIGA Karina, ambas ejemplos. Gracias MY por pasarme esto, son problemas que entre todos podemos solucionar, y vamos a hacerlo.




Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en céntimos. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad. Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable lecho y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.
Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar, uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente la policía lo habría descrito como tal.
Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de "Señor James Dillingham Young".
La palabra "Dillingham" había llegado hasta allí volando en la brisa de un anterior período de prosperidad de su dueño, cuando ganaba treinta dólares semanales. Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de "Dillingham" se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta y humilde "D". Pero cuando el señor James Dillingham Young llegaba a su casa y subía a su departamento, le decían "Jim" y era cariñosamente abrazado por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.
Delia dejó de llorar y se empolvó las mejillas con el cisne de plumas. Se quedó de pie junto a la ventana y miró hacia afuera, apenada, y vio un gato gris que caminaba sobre una verja gris en un patio gris. Al día siguiente era Navidad y ella tenía solamente un dólar y ochenta y siete centavos para comprarle un regalo a Jim. Había estado ahorrando cada centavo, mes a mes, y éste era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se va muy lejos. Los gastos habían sido mayores de lo que había calculado. Siempre lo eran. Sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino y especial y de calidad -algo que tuviera justamente ese mínimo de condiciones para que fuera digno de pertenecer a Jim. Entre las ventanas de la habitación había un espejo de cuerpo entero. Quizás alguna vez hayan visto ustedes un espejo de cuerpo entero en un departamento de ocho dólares. Una persona muy delgada y ágil podría, al mirarse en él, tener su imagen rápida y en franjas longitudinales. Como Delia era esbelta, lo hacía con absoluto dominio técnico. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Sus ojos brillaban intensamente, pero su rostro perdió su color antes de veinte segundos. Soltó con urgencia sus cabellera y la dejó caer cuan larga era.
Los Dillingham eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro que había sido del padre de Jim y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia. Si la Reina de Saba hubiera vivido en el departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su barba de envidia.
La hermosa cabellera de Delia cayó sobre sus hombros y brilló como una cascada de pardas aguas. Llegó hasta más abajo de sus rodillas y la envolvió como una vestidura. Y entonces ella la recogió de nuevo, nerviosa y rápidamente. Por un minuto se sintió desfallecer y permaneció de pie mientras un par de lágrimas caían a la raída alfombra roja.
Se puso su vieja y oscura chaqueta; se puso su viejo sombrero. Con un revuelo de faldas y con el brillo todavía en los ojos, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle.
Donde se detuvo se leía un cartel: "Mme. Sofronie. Cabellos de todas clases". Delia subió rápidamente Y, jadeando, trató de controlarse. Madame, grande, demasiado blanca, fría, no parecía la "Sofronie" indicada en la puerta.

–¿Quiere comprar mi pelo? –preguntó Delia.
–Compro pelo –dijo Madame–. Sáquese el sombrero y déjeme mirar el suyo.
La áurea cascada cayó libremente.
–Veinte dólares –dijo Madame, sopesando la masa con manos expertas.
–Démelos inmediatamente –dijo Delia.

Oh, y las dos horas siguientes transcurrieron volando en alas rosadas. Perdón por la metáfora, tan vulgar. Y Delia empezó a mirar los negocios en busca del regalo para Jim.
Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ése. Y ella los había inspeccionado todos. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro, que proclamaba su valor sólo por el material mismo y no por alguna ornamentación inútil y de mal gusto... tal como ocurre siempre con las cosas de verdadero valor. Era digna del reloj. Apenas la vio se dio cuenta de que era exactamente lo que buscaba para Jim. Era como Jim: valioso y sin aspavientos. La descripción podía aplicarse a ambos. Pagó por ella veintiún dólares y regresó rápidamente a casa con ochenta y siete centavos. Con esa cadena en su reloj, Jim iba a vivir ansioso de mirar la hora en compañía de cualquiera. Porque, aunque el reloj era estupendo, Jim se veía obligado a mirar la hora a hurtadillas a causa de la gastada correa que usaba en vez de una cadena.
Cuando Delia llegó a casa, su excitación cedió el paso a una cierta prudencia y sensatez. Sacó sus tenacillas para el pelo, encendió el gas y empezó a reparar los estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Lo cual es una tarea tremenda, amigos míos, una tarea gigantesca.
A los cuarenta minutos su cabeza estaba cubierta por unos rizos pequeños y apretados que la hacían parecerse a un encantador estudiante holgazán. Miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente.

"Si Jim no me mata, se dijo, antes de que me mire por segunda vez, dirá que parezco una corista de Coney Island. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¡Oh! ¿Qué podría haber hecho con un dólar y ochenta y siete centavos?."

A las siete de la noche el café estaba ya preparado y la sartén lista en la estufa para recibir la carne.
Jim no se retrasaba nunca. Delia apretó la cadena en su mano y se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de la puerta por donde Jim entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento, se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: "Dios mío, que Jim piense que sigo siendo bonita".
La puerta se abrió, Jim entró y la cerró. Se le veía delgado y serio. Pobre muchacho, sólo tenía veintidós años y ¡ya con una familia que mantener! Necesitaba evidentemente un abrigo nuevo y no tenía guantes.
Jim franqueó el umbral y allí permaneció inmóvil como un perdiguero que ha descubierto una codorniz. Sus ojos se fijaron en Delia con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. No era de enojo ni de sorpresa ni de desaprobación ni de horror ni de ningún otro sentimiento para los que que ella hubiera estado preparada. Él la miraba simplemente, con fijeza, con una expresión extraña.
Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.

–Jim, querido –exclamó– no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Crecerá de nuevo ¿no te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime "Feliz Navidad" y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo, qué regalo tan lindo te tengo!
–¿Te cortaste el pelo? –preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.
–Me lo corté y lo vendí –dijo Delia–. De todos modos te gusto lo mismo, ¿no es cierto? Sigo siendo la misma aún sin mi pelo, ¿no es así?
Jim pasó su mirada por la habitación con curiosidad.
–¿Dices que tu pelo ha desaparecido? –dijo con aire casi idiota.
–No pierdas el tiempo buscándolo –dijo Delia–. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Nochebuena, muchacho. Lo hice por ti, perdóname. Quizás alguien podría haber contado mi pelo, uno por uno –continuó con una súbita y seria dulzura–, pero nadie podría haber contado mi amor por ti. ¿Pongo la carne al fuego? -preguntó.

Pasada la primera sorpresa, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos con discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada. Los Reyes Magos trajeron al Niño regalos de gran valor, pero aquél no estaba entre ellos. Este oscuro acertijo será explicado más adelante.
Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa.
–No te equivoques conmigo, Delia –dijo–. Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial, harían que yo quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer momento.
Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó un jubiloso grito de éxtasis; y después, ¡ay!, un rápido y femenino cambio hacia un histérico raudal de lágrimas y de gemidos, lo que requirió el inmediato despliegue de todos los poderes de consuelo del señor del departamento.
Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra– que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Eran peinetas muy caras, ella lo sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día. Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.
Pero Delia las oprimió contra su pecho y, finalmente, fue capaz de mirarlas con ojos húmedos y con una débil sonrisa, y dijo:
–¡Mi pelo crecerá muy rápido, Jim!
Y enseguida dio un salto como un gatito chamuscado y gritó:
–¡Oh, oh!
Jim no había visto aún su hermoso regalo. Delia lo mostró con vehemencia en la abierta palma de su mano. El precioso y opaco metal pareció brillar con la luz del brillante y ardiente espíritu de Delia.
–¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces al día si se te antoja. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.
En vez de obedecer, Jim se dejo caer en el sofá, cruzó sus manos debajo de su nuca y sonrió.
–Delia –le dijo– olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.

Los Reyes Magos, como ustedes seguramente saben, eran muy sabios -maravillosamente sabios– y llevaron regalos al Niño en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad. Como eran sabios, no hay duda que también sus regalos lo eran, con la ventaja suplementaria, además, de poder ser cambiados en caso de estar repetidos. Y aquí les he contado, en forma muy torpe, la sencilla historia de dos jóvenes atolondrados que vivían en un departamento y que insensatamente sacrificaron el uno al otro los más ricos tesoros que tenían en su casa. Pero, para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.