"Quien contempla a la Iglesia por delante se queja de no poder ver su espalda; quién está detrás de ella se siente ofendido porque no le muestra su rostro: lo que uno ve como su grandeza para otros es su miseria."
Hay quienes la consideran demasiado ascética, estricta y tradicionalista; hay quienes la juzgan de mundana y quienes la ven intimista y viviendo de espaldas al mundo. La tildan de apoyarse en el inicio (colegios) y el fin (hospitales) de la vida, siguiendo a duras penas el transcurrir de la humanidad madura. En sus sacramentos se la ve demasiado folklórica pero, así también, demasiado ajena al presente.
Y ella dice de sí misma: "Yo soy una realidad compuesta de HOMBRES que porta consigo algo excepcional, sobrenatural, que vehicula a lo Divino."
A veces, pienso que el tema de este espacio no era exclusivamente la música sino los sentimientos, el poder provocar algo. En mis críticas de discos, la mayoría de las veces el subjetivismo fue absoluto, relatando mi experiencia al cerrar los ojos y ver la música antes que los datos que conformaron la placa.
Ustedes, los que me conocen, saben que tal vez sea el menos indicado para hacer catecismo, y los que no, han sentido en el tono de mis palabras la sangre bullir y saben que aquello que defiendo lo hago con el cross a la mandíbula arltiano sobre mi teclado.
En los medios, en las negativas de abrirse al nuevo siglo, o en los hombres que provocan que se dude de Ella (hay un juicio en estos momentos sobre uno de ellos) podemos encontrar la imagen de los que justamente me niegan su valor absoluto y su falta de coherencia.
Yo sólo puedo tratar de encontrar una opción en su definición: que la misma Iglesia, al definirse como portadora de lo divino en un vehículo humano, está afirmando que lleva un valor absoluto en un instrumento que es de por sí falible, imperfecto.
Nosotros, los humanos, con todo el libre albedrío del que gozamos, estamos obligados a dudar, y podemos situarnos, siguiendo el ejemplo del inicio de una inconmensurable novela española, "Misericordia" de Pérez Galdós, en una de las dos caras de la parroquia de San Sebastián, Madrid:
"Dos caras, como algunas personas, tiene la parroquia de San Sebastián, dos caras que seguramente son más graciosas que bonitas: con la una mira a los barrios bajos (...); con la otra al señorío mercantil (...). "
Yo creo en la Iglesia de estos señores, y nadie me puede convencer de lo contrario. Por eso mismo estoy seguro de que hay que juzgar, con toda la dureza de la ley humana, a aquellos que en su nombre cometieron actos deplorables.
Aquellos que la miraron de frente, sin darse cuenta de que ella les daba la espalda.