La casa era un manojo de nervios, a causa de la fiesta de graduación de Eve. Padre, madre y las dos hijas preparaban el vestuario para la noche de gala. El otro habitante de la casa, abuelo Antón, solía desvariar en reuniones sociales, por lo que decidieron no llevarlo, a pesar de su insistencia. “Solo conseguimos cuatro invitaciones”, fue la excusa.
El primer inconveniente lo sufrió la agasajada de la noche. Al probarse el vestuario, Eve se dio cuenta de que al descubierto quedaba la legión de verrugas que, desde hace un tiempo, invadía su espalda. El llanto histérico encontró un único receptor en abuelo Antón, quien desde su mecedora abandonada en una esquina, esbozó tres palabras mágicas: “Barro de jardín”. Confió en el anciano. Anteriormente, sus remedios caseros habían funcionado –curaba un resfriado parándose sobre papel secante, o el hipo con cucharadas de azúcar-. Corrió tan rápido como pudo hacia el jardín, repasó su piel arruinada, tomó una pala de pico, y procedió a enterrarse en barro, de pies a cabeza.
Mientras tanto, Julia descubría, irritada, un orzuelo que desfiguraba su ojo y no le permitía siquiera llorar su desventura en paz. Su madre, quitándole importancia al asunto, le aconsejó usar lentes oscuros. “¿Una mujer con lentes oscuros? ¡Que vulgar!”, se quejó.
Desde las sombras oyó un susurro: “Clavando un cuchillo en la arena, el orzuelo ya no es problema”. Observó hacia el rincón, donde la sombra sostenía un cuchillo de cocina por el filo, entregándoselo. Realmente, aquel antídoto se oía estúpido, pero lo prefería antes que ser el ‘bicho’ de la fiesta. Al tomar el cuchillo la risa de abuelo Antón, irracional, fue colmando progresivamente la casa, volviéndose insoportable. Por esas actitudes no convenía llevar al viejo a las reuniones.
Al llegar al jardín, la risa se disipó. Ese lugar escapaba al bullicio general de la casa durante los últimos días. En realidad, Julia no deseaba asistir a la fiesta. Ni siquiera quería demasiado a Eve quien, a pesar de la poca diferencia de edad –eran mellizas- ostentaba las ventajas de todo hijo mayor. Pero se había comprometido a asistir.
Mientras aprieta el mango con toda su fuerza, la hoja de metal le devuelve la imagen de un ojo hinchado y supurante. Se figura hazmerreír de la reunión. Su mano transpirada empuña el cuchillo, elevándolo sobre ese ojo extraño, clavando enfurecida el arma en el monte de barro que parece cobrar vida en un grito.
“Ahora sobra una entrada”, murmura la sombra, desempolvando el traje de reunión social.
Foto, como siempre, tomada por Patri.
Reuniones Sociales
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cuentos
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8 pálidas ideas:
Muy bueno! Un modelo a seguir ese vejete. Lejos de la irracionalidad de un Barreda y más afín al depurado estilo de una Yiya de Murano.
Buona notte.
A la mierda se me ha vuelto macabro, compañero de vida virtual.
Jaja, es verdad Pompeyo, igual un Gacy Jr. o Barreda satisfacen más los instintos animales.
Gracias por su vuelta Pol!!
genial muy bien escrito.
Pense en el Dr. Barreda tambien
Felicitaciones
que lindo cuentillo, che, cuándo era que se casaban? creo que, si es febrero, podré estar
besos a los 3
¿se está por casar Pablito?
Avise si hace la fiesta en una casa con jardín. Digo, por si las moscas jajaj
beso y muy buen texto!
Gracias Mary Poppins, que ganas de verla venir volando en su paraguas para cuidar a mi pichón al menos una tarde (si me enseña a bailar como Dick Van Dyke mejor aún, así se entretiene sin mirar Backyardigans)
Mary: para el 14 de febrero, ya cuento con vos!
Condesa: es muy probable que aparezca este tipo de personajes a mi fiesta, puede terminar en cualquier cosa, jaja. Gracias x el elogio!
si,si, si, voy a estar!!!!
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