Fernando Peña fue siempre el ejemplo de personaje que me desagrada profundamente. De esos que hablan "en nombre del arte" y no son capaces de enumerar más de 3 libros que hayan leído. De esos que te hablan de que un artista debe romper moldes y ser revulsivo, y cuando le preguntás el significado de la palabra no saben definirlo y te escupen un "sos un boludo vos". De esos que prefieren resguardarse bajo el paraguas del pop art para justificar que miran todos los programas de chimentos y extraen sus monólogos de las discusiones de Rial con la modelo o invento de turno. De esos que esperan todo el tiempo que te fijes en su envoltura o decisión sexual para anular todo intento de debate, porque a un autoritario de zona norte no le interesa debatir. Es más, debe lamentarse no haber llegado acá con su acto berreta de pseudo Parakultural (20 años después, no sorprende a nadie, los verdaderamente talentosos de esa época o se retiraron al estblishment o murieron) en la época de los milicos, en parte porque se hubiese sentido más reflejado en su ideal, y en parte porque alguien se hubiese al menos sonrojado con su inofensiva pantomima para nenes de 14 años. A esta altura, y creo que desde siempre, los personajes de Peña no son más transgresores que la imitación de Menotti de Sapag. Además, es uruguayo, y seguramente hubiese tenido el mismo tono discriminatorio si un tupamaro hubiese estado en su mesa, frente a cámaras (fuera del aire lo hubiese elogiado, obvio)
Jorge Lanata es un tipo al que le gusta rodearse de estos falsos transgresores, porque adora vender la imagen de periodista que va más allá. Como toda esa generación que creció bajo la figura de Bernardo, trata de hacer todo lo posible para que no lo miren los mismos ojos que lo vieron al dino, o mejor dicho, que lo miren los mismos ojos, pero azorados. Y bien, su táctica es fumar en cámara, imitar al periodismo-show sin contenido, o bien darle espacio a gente "re loca" pero insertada dentro del mainstream, como Peña o La Bersuit. Sin pantalla, se va a un tenebroso canal 26 (que no sé ni mi ineteresa si cambió de dueño, pero me extrañó que le hayan dado aire) y decide armar un show de vedetongas para comenzar su ciclo post fracaso editorial.
Luis D'Elía militó con Pérez Esquivel, con Germán Abdala, con el padre Enrique Lapádula y, durante los noventa, se mantuvo cercano al vapuleado Grupo de los 8 que vió en el PJ del momento lo que Kirchner y otros veían y callaban. Fué el referente de Naomi Klein cuando ésta anduvo por nuestras tierras.
Auténtico profeta del odio, en el sentido de Jauretche, hizo lo que muchos quisiéramos: logró la liberación de un preso político, hizo colapsar la corrupción del sistema policial encubridor, abofeteó a un secuaz de Pando y, pocos recuerdan, rodeado de un grupo de baqueanos, de gente "del CAMPO", desbarató las tranqueras de un magnate estadounidense.
Este no es tiempo de tibios, el poder de las flores fracasó hace décadas (es más, hoy no crecen floren ni trinan los pájaros en los campos, sólo vemos el arpa de brotes artificiales), hoy es tiempo de hombres calientes, ni fríos candidatos (el pánfilo de Scioli), ni tibios opositores (el pánfilo de Cobos).
Todos ellos serán escupidos de la boca de la Historia. Porque ella es la que convierte en mitos a las políticas del hoy. La gente transcurre, deviene, se deja estar. Como me dijo un remisero el otro día: "a mí me gusta De Narvaez porque se ríe lindo, además con mi mujer siempre lo miramos para ver que tiene en el cuello". Ya no respondo a esas cosas, pero en mi interior me dije: Surcando su yugular tiene tatuada tu dignidad, TIBIO.
Dos países tibios. Un país caliente.
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